sábado, 19 de enero de 2008

Algunas Reflexiones sobre Correr
Por Tim Noakes

Como muchos, descubrí esto de correr enteramente por accidente. Fue en 1969, mientras entrenaba para remo, que comencé a correr regularmente. Pero durante aquellos años, raramente corría más de dos veces a la semana y nunca por más de 25 minutos. Hasta un día de 1971 cuando, sin ninguna razón lógica, decidí salir a correr durante una hora. Esa corrida fue totalmente decisiva. Mientras corría, finalmente descubrí el deporte que había estado buscando. En la escuela, me habían enseñado que deportes eran el críquet y el rugby; las presiones para amoldarse a esas reglas eran extremas y yo, en ese entonces, no era lo suficientemente firme como para cuestionar lo que era bueno para mí. Pero mis dudas sobre el atractivo real que estos juegos tenían para mí comenzaron por primera vez, supongo, a la edad de 15 años, cuando descubrí el surf. Por primera vez descubrí un deporte en el cual era posible estar completamente solo. Lo amé. Sin reglas, sin pautas, sin equipos, sin entrenadores, sin espectadores y, en aquellos días lejanos, muy pocos participantes. Solo yo, mi tabla, mis pensamientos y un océano casi vacío. En pocas palabras, descubrí en el surfing un deporte en el cual el factor humano externo había sido completamente eliminado y nada podía menoscabar mi disfrute.

El surf también me puso por primera vez en contacto físico directo con la naturaleza y su desnuda, frecuentemente cruda, y siempre asombrosa belleza. Y algunas veces, cuando el agua estaba fría y el viento mar adentro era fuerte, de tal forma que cada ola que pasaba dejaba una rociada gélida y punzante que mordisqueaba mi traje húmedo y arañaba mis ojos, esta crudeza se intensificaba. Y yo sabía que era bueno estar vivo, independiente y vigoroso, y tan cerca del abrazo de la naturaleza que, en cada ola, podía oír el latir de su corazón. Encontraba que la atracción hacia el surfing era alarmantemente poderosa.

Más tarde, en la universidad, aprendí a remar. Lo que encontré en el remo fue un deporte de equipo que demandaba dedicación total, perfección física y aceptación del dolor y la incomodidad. El remo me introdujo por primera vez a mi necesidad de dolor auto-infligido--ese dolor inveterado y especialmente nauseabundo que acompaña al entrenamiento de intervalos repetitivos y a la competición.

Al principio, seguía esta necesidad meramente en forma intuitiva. Sólo más tarde comenzaría a sospechar que la continua exposición a, y el dominio de, esa incomodidad es un ingrediente esencial para el crecimiento personal. Y el entrenamiento para remar, me condujo a correr. Ahora, con treinta extraños años ya transcurridos, este libro me da la oportunidad de reflexionar sobre lo que ha significado para mi correr.

La primera forma en que correr ha influenciado mi vida es que me ha enseñado quién soy yo e, igualmente importante, quién no soy. Aprendí a través de correr que amo la privacidad y la soledad.

He llegado a aceptar que, en común con un buen número de corredores, comparto los rasgos emocionales y de personalidad que William Sheldon (1945) atribuyó a aquellos a quienes él llamó ectomorfos y cuyas constituciones corporales se asemejan a la de los corredores de fondo campeones. No pienses ni por un momento que estoy sugiriendo que podrías confundir mi estructura corporal generosamente dotada con la de un corredor campeón. ¡No es así! Más bien, comparto algunas de las características de personalidad que Sheldon atribuyó a ese grupo físico: un amor por la privacidad, un sobrecogedor deseo de soledad y la incapacidad de relajarse o hablar en compañía; una preocupación exagerada por la salud física; patrones típicos de comportamiento mental que incluyen soñar despierto, enajenamiento (estar como ausente), procrastinación (postergar las cosas) y cierta incapacidad para tomar decisiones. De acuerdo con Sheldon, la eterna búsqueda del ectomorfo es entender el enigma de la vida.

"Aún si llegara a amanecer el día en el cual no fuese necesario para pelear las viejas duras batallas contra la naturaleza, el vigor muscular siempre será necesario para suministrarnos un trasfondo de cordura, serenidad y alegría de vivir, para otorgar elasticidad moral a nuestra determinación, para redondear el filo metálico de nuestra irritabilidad y hacernos bien humorados y fáciles de abordar." William James (1892)

Dadas estas características, los atractivos de correr son obvios. Para comenzar, provee completa soledad. Aún en las más abarrotadas competencias, se alcanza el punto en que la fatiga nos conduce de nuevo dentro de nosotros mismos, dentro de aquellas confinadas partes de nuestras almas que descubrimos solo bajo tales presiones y de las cuales emergemos con una clara perspectiva de la clase de persona que realmente somos. Correr puede también aliviar nuestra preocupación excesiva por la salud dándonos evidencia de que aún estamos bien. La descarga emocional y la fatiga física inducida por correr mejora nuestro sueño. Y correr puede proveer un contexto para echar una mirada al mundo, buscando explicaciones a los enigmas de la vida.

Segundo, correr me hizo nuevamente consciente de mi cuerpo y de mi responsabilidad de cuidarlo. Tener un cuerpo físicamente mejorado demostraba que me preocupaba--que tenía amor propio y, más importante aún, autodisciplina. Correr también me hizo enorgullecer de lo que podía llegar a lograr que ese cuerpo hiciera, si lo preparaba apropiadamente. Como la mayoría de los corredores, no estoy realmente diseñado para correr. Soy muy desgarbado y excesivamente alto, con demasiada grasa, músculo y hueso. Pero estas mismísimas desventajas han elevado las recompensas. Porque, al igual que cualquier habilidad que uno ha adquirido, cuanto mayor es el esfuerzo que requiere su adquisición y mayores las dificultades superadas, más gratificante es el resultado.

Luego descubrí que la consecución exitosa de los severos desafíos de correr, tales como finalizar una ultramaratón tan rápido como pudiera, me dio la confianza de creer que, dentro de mis propios límites, yo podría lograr cualquier objetivo físico o académico que yo mismo me fijara, siempre y cuando estuviese preparado para hacer el esfuerzo necesario. Aprendí que las recompensas de correr, como en la vida, vienen solo en proporción directa a la cantidad de esfuerzo que estoy preparado para ejercer y al grado en que pueda armarme de la disciplina y la aplicación requeridas.

El correr también me enseñó un elevado grado de autocrítica y de autoexigencia. Me di cuenta que nunca es posible lograr tu máximo absoluto, alcanzar el pináculo de perfección absoluta. Más allá de cada cima académica o deportiva siempre habrá, por cierto, siempre debe haber, otra cumbre esperando ser afrontada. Mavis Hutchinson se dio cuenta de ello en el preciso momento de cumplir con la ambición de su vida--correr atravesando Norteamérica. Cuando terminó, vislumbró que aún tenía una vida por delante con otras metas y ambiciones por alcanzar.

Cuarto, correr en competiciones me enseñó la humildad de darme cuenta de mis limitaciones y de aceptarlas con orgullo, sin envidia de aquellos que pudieran tener dones físicos o intelectuales de los que yo carezco. A pesar de que nunca podré correr como los atletas de elite que describo en este libro, aún así puedo dedicar el mismo esfuerzo a mis mundanos talentos, tal como ellos lo hacen con los suyos, y así intentar obtener tanto placer y recompensa al correr como el que ellos obtienen.

La humildad comienza, creo yo, con la modestia y la autocrítica. Percy Cerruty, quien conoció a muchos grandes atletas, escribió que los atletas verdaderamente sobresalientes que él había entrenado nunca eran arrogantes, insolentes o descorteces. Ellos eran más bien circunspectos, modestos, pensativos y ansiosos de adquirir nuevos conocimientos, y odiaban los halagos--atributos que yo he encontrado en virtualmente todos los corredores prominentes que he tenido el privilegio de conocer. En verdad, sospecho que estas características son esenciales en un deporte, en el cual el éxito y el fracaso son tan espantosamente visibles, y en el cual la duración del éxito es tan efímera--durando, como mucho, un puñado de veranos.

Sugiero que para obtener éxito real al correr, como en cualquier otra actividad que valga la pena, debe siempre existir el temor al fracaso: un miedo muy real de que llegará el día en cual fallemos, sin importar que tan duro nos hayamos preparado. Es esta misma inseguridad la que evita que nuestra autoconfianza cuidadosamente alimentada se convierta en arrogancia. Y es también en nuestros inevitables fracasos que se siembran, y eventualmente florecen, las semillas de nuestro crecimiento personal.

Quinto, correr me ha enseñado sobre la honestidad. Verás, no existe la suerte al correr. Los resultados no pueden simularse y no hay nadie a quien culpar excepto a ti mismo cuando las cosas salen mal.

Así que correr me ha demostrado que la vida debe ser vivida como una competición con uno mismo. Me ha hecho apreciar lo que ahora creo es una debilidad de la mayoría de los deportes de habilidad y de equipo: en esos deportes no tienes que admitir tus imperfecciones; siempre existe algo o alguien más a quien culpar, si eliges hacerlo.

Las verdaderas competiciones son aquellas en las que nos probamos a nosotros mismos en compañía de otros. Peter Pollock, quien alcanzó la inmortalidad en el críquet, hubo de correr la Maratón Comrades antes de que pudiera escribir: "No habrás vivido en el mundo del deporte competitivo hasta que no hayas peleado una batalla que no es contra un oponente, sino contra ti mismo."

Sexto, en los últimos años, he aprendido a utilizar el correr para la relajación y la creatividad, como mi forma de jugar. He encontrado que correr es una forma de convivir con los inconvenientes de todos los días. Y provee el tiempo para la creatividad, que es importante en mi trabajo. De esta manera he escrito artículos, preparado discursos, diseñado experimentos de investigación y, por cierto, refinado este libro durante esas horas que he pasado corriendo. Y he encontrado que mi pensamiento durante esas horas es más creativo e intuitivo que a cualquier otra hora de mi día.

Correr me ha enseñado que la creatividad no es el resultado exclusivo de trabajar duro. Para mí, pareciera que un juego regular, como correr, provee la actividad infantil necesaria para que el acto creativo ocurra, para que los noveles pensamientos aparezcan aparentemente de la nada y para que las viejas ideas establecidas cobren de repente un nuevo significado.

Podría ser como el matemático Morris Kline escribió: "El acto creativo debe muy poco a la lógica o la razón. En verdad, pareciera ocurrir más prontamente cuando la mente está relajada y la imaginación deambula libremente."

Finalmente, correr puede enseñarnos acerca de nuestra componente espiritual--el aspecto que nos hace singularmente humanos. Ésta, sospecho, es la necesidad de descubrir y de perfeccionar, la necesidad de seguir avanzando. Correr personifica ese empeño enseñándonos que no debemos detenernos. Paavo Nurmi escribió: "Debes moverte, de otra forma estás destinado a la tumba". Arthur Newton sentía de igual manera: "Nunca debes quedarte quieto cualquiera sea la etapa; si no avanzas, te deslizas hacia atrás." De manera que heredamos este deseo de empujar hasta el límite para averiguar que nos hace lo que somos y que hay detrás de todo ello.

Las recompensas de hacerlo bien son aquellas que el corredor experimenta en la excitación previa al albor en el comienzo de cualquier maratón: "Dios hizo un hogar en el cielo para el Sol, él se asoma por la mañana... como un atleta ansioso por correr una carrera."



Traducido de:
Tim Noakes, MD (2002). Lore of Running (4th ed.). Human Kinetics Publishers.

Referencias:
Sheldon, W.H., Stevens, S.A. (1945). The Varieties of Human Temperament (3rd ed.). Harper, New York.
Newton, A.F.H. (1949). Races and Training. G. Berridge, London.